La ciberseguridad es negocio

La ciberseguridad forma parte ya, desde hace varios años, de las prioridades estratégicas de las grandes organizaciones empresariales y gubernamentales de cualquier país, incluido España. No hace falta explicar, una vez más, que no invertir adecuadamente en esta partida, ni contar con los recursos humanos, organizativos y técnicos necesarios para hacer frente a los incidentes que se producirán (porque se producirán) no sólo afecta a la reputación de las compañías y entidades públicas sino a su propia actividad y supervivencia. Porque la seguridad es negocio y el negocio va de gestionar riesgos. 

El Foro Económico Mundial lo dejaba patente el pasado mes de enero en su último Informe sobre Riesgos Mundiales: la ciberseguridad, según este estudio, es el quinto mayor riesgo global, según el 39% de los encuestados, por detrás del calentamiento global (66%), la desinformación generada por la inteligencia artificial (53%), la polarización social y política (46%) y el coste de la vida (42%). 

Esta percepción no sorprende, teniendo en cuenta, también según datos del organismo global, que el coste de la ciberdelincuencia se está disparando y podría alcanzar los 10,5 billones de dólares anuales en 2025. Particulares, organismos públicos e infraestructuras críticas están en el punto de mira de unos delincuentes que se valen de una tecnología cada vez más sofisticada, automatizada y barata que les permite un mayor alcance a menor coste para perpetrar sus ataques.  

El panorama es complejo. Afortunadamente, tecnologías de nueva ola como aquellas asociadas a la automatización y a la inteligencia artificial en general (y al sabor generativo en particular) no sólo benefician a los atacantes sino también a aquellos que les hacen frente. La intensa actividad normativa, especialmente contundente en el marco de la UE, también está ayudando a estrechar el cerco a los ciberdelincuentes y a definir políticas y procesos que mejoren la protección de las infraestructuras tecnológicas y de los datos que las albergan. 

Ahora el desafío lo tienen los CISO y los CIO, máximos exponentes de la estrategia de seguridad en las organizaciones y quienes deben liderar las futuras políticas corporativas en esta materia para garantizar la protección de la información a todos los niveles. El reto no es fácil, como se pone de manifiesto a lo largo de los diversos reportajes, entrevistas y tribunas que incluye el Especial Tendencias de Ciberseguridad en 2024, publicado por CSO, para pulsar el estado de este segmento. La escasez de talento especializado en ciberseguridad (una lacra ya característica de este mercado) y la dificultad de gestionar una pila tecnológica enormemente fragmentada, como también lo está el propio mercado de empresas de seguridad de la información, complican la labor de estos directivos. Por no hablar del peor panorama al que se enfrentan organizaciones de menor tamaño, como las pymes, con aún menos recursos y formación en este terrerno. 

No obstante, el hecho de que, según confirman analistas de firmas como IDC, las organizaciones europeas sean, en general, conscientes de que “una seguridad sólida no es sólo un gasto, sino una inversión estratégica”, nos hace ser optimistas en lo que respecta a la mejora de la protección y la seguridad de la información y las infraestructuras en las organizaciones en un futuro próximo. Eso sí, no hay que bajar la guardia.